Máximo Gorki es uno de los pocos escritores que se pueden leer que ha descrito a la perfección la vida del pueblo raso, lo más underground, la esencia de lo popular. Las historias de sus personajes son crudas, llenas de suciedad, de drama, de miseria, de impotencia. Son el reflejo de los ghettos de Rusia o Europa de principios del siglo XX, pero las imágenes que recrea su narrativa están vivas actualmente en los callejones de Medellín, Bogotá, Caracas, Ciudad de México, Barcelona, New York, Madrid, en las favelas de Brasil.

La elección de su seudónimo "Máximo Gorki" (el más amargo), lo sitúa ya en este estilo de literatura. Y su éxito está allí, en su realismo, que sirve a la vez como estudio de las clases populares, de sus costumbres, sus pensamientos y sus condiciones de existencia. Es tan cautivadora la semejanza que hace de personajes reales del pueblo, que a quienes no solo amamos su literatura si no que somos copartidarios de sus ideas, nos despierta grandes sentimientos de solidaridad y camaradería, nos inspira a seguir con el trabajo. Es imposible que el lector-escucha no se vea afectado por esta sensación, al menos de manera incipiente, al leer el presente Cain y Artemio, la historia de dos vecinos de una ciudad cuyos caminos se cruzan violentamente.